La madrugada del 10 de noviembre, un disparo rompió la calma de un sector precarista en la provincia de Chiriquí, dejando una escena de dolor y conmoción. El cuerpo de Angélica Montezuma Amador, de 36 años, fue hallado en el suelo con una herida de bala en la cabeza. Pese a los esfuerzos médicos, falleció horas después en el Hospital Regional, tras agonizar en condiciones críticas. Angélica, madre y miembro de la comunidad indígena, murió en circunstancias aún bajo investigación por las autoridades.
Horas más tarde, una segunda tragedia golpeó a la provincia. A las 11:30 a.m., el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) recibió el reporte de la desaparición de un infante en el área de Nuevo México, cerca de la quebrada Negra. Mitzi Yudith Montenegro, madre del pequeño, relató el fatídico accidente: Keiran Daniel González Montenegro, de apenas un año y tres meses, fue arrastrado por la creciente corriente de la quebrada, desbordada por las lluvias y llena de vegetación densa.
Tras intensas horas de búsqueda, rescatistas del Servicio Nacional de Fronteras, con el apoyo de la comunidad, encontraron el cuerpo sin vida del menor. Estas dos muertes enlutecen a la comunidad chiricana y reflejan las difíciles realidades que enfrentan sectores vulnerables, donde la violencia y la falta de atención son desafíos diarios.
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